Por fin, tras 50 días de confinamiento por la pandemia que ha obligado a hacer un alto en nuestras vidas, ya se nos permite, con las condiciones de seguridad adecuadas, volver a nuestros huertos urbanos, y empezar de nuevo una labor que hemos llevado durante casi un año, y volver a trabajar con ilusión, y volver a encontrarnos, a dos metros, con compañer@s con l@s que hemos compartido un objetivo común, y volver a saborear estos momentos que hemos tenido vetados durante este tiempo y que tanto hemos valorado y echado de menos.
Los huertos urbanos han enriquecido nuestra ciudad, sin ninguna duda, acercándola a la naturaleza, han suavizado el monótono paisaje de bloques de hormigón, el frio asfalto de las calzadas, y, sobre todo, han ido creando un acercamiento del barrio donde se encuentran ubicados y un interés por algo muy básico que la estresante vida en la ciudad nos hace olvidar a menudo, algo tan primario y tan necesario como es la agricultura. Los vecinos de los huertos, los paseantes que se han acercado con curiosidad, con sus niños, han podido ver cómo se cultiva la tierra, cómo hay personas que, con ilusión y esperanza, están todos los días observando su plantación para ver cómo va creciendo día a día, cómo pueden mejorarla, arrancando las malas hierbas que le quitan el sustento a sus plantas, atando sus lechugas para que no se espiguen, clareando cada planta para que dé productos de mayor calibre… Han recordado que los tomates pueden saber a tomates. Y tal vez, uno de los logros de los huertos urbanos sea poder concienciar a la gente de que es posible un consumo más responsable con el medio ambiente, y que sería mejor, mucho mejor, suministrarnos con productos de cercanía, sería más placentero para nuestro paladar, mucho más saludable, y pondría en valor el trabajo de nuestros agricultores, cuyas penalidades ya conocemos porque se volvieron a hacer visibles momentos antes de la pandemia.
Por otra parte, se han podido acercar los huertos a los niños, concretamente al “Colegio Público Mateu Cámara” en colaboración con «AICO» (la gestora de los huertos), los alumnos más pequeños del colegio han podido aprender que lo que llena su nevera no viene del supermercado, viene de la tierra, y del trabajo de mucha gente que lucha contra la lluvia, contra el viento, contra las plagas, para obtener una buena cosecha, han podido aprender que, en los huertos, como en la vida, a veces las cosas salen bien, y te alegras, y a veces salen mal, y entonces no queda más remedio que comenzar de nuevo.
Confiaremos en que poco a poco todo volverá a la normalidad, o a la “nueva normalidad”, y podremos volver a retomar nuestras vidas, con la pena de los que se han quedado atrás en este espacio de tiempo, breve comparado con toda una vida, pero dolorosamente intenso y largo para los que han perdido a sus seres queridos.
Esta maldita pandemia y el confinamiento ha hecho que nuestras cosechas, descuidadas por fuerza mayor, se hayan echado a perder, que nos encontremos ante un trabajo inmenso para poder volver a sacar provecho de nuestras parcelas, pero con nuestra ilusión, nuestro compañerismo, nuestra solidaridad, nuestras plantas volverán a relucir, y volveremos a brindar dándole las gracias a la vida por esta nueva oportunidad.
Muy ilustrador para los que viven de espaldas a la sacrificada tarea del campo.
Creo que sensibilizará a todos sobre las bonanzas de escoger la compra de cercania.